lunes, 28 de febrero de 2011

Una tonteria.

Tengo demasiadas ideas, alguna me sobra.

Por ejemplo:

“Me gustaría dejarlo todo, y dedicarme a aprender a escribir”

Aprender escritura breve, rápida, poesía, narrativa, teatro.
Aprender a escribir historia, arte, ciencia, teología, filosofía.

Incluso aprender a escribir publicidad.

Dominar las métricas, las luces, los símbolos, los idiomas, todas sus letras.
Dominar las palabras.

Si consiguiese aprender a escribir de verdad…

¿Conseguiría expresar todas mis ideas?

Si aprendiese a escribir…
Intentaría escribir sobre el Universo, el Sol y la Luna,
sobre nuestro Planeta.

Escribiría al Aire, al Fuego, al Agua, a la Tierra.

Le escribiría a Dios, al Dinero, a nuestra Civilización.

Conseguiría cartearme con Ahmurabi, con Confucio
con Jesús y con Mahoma, con Lutero,
sobre todo con Ignacio Ellacuria..

Escribiría sobre el primer animal, que en esta tierra,
busco una silueta en una sombra.
Escribiría, sobre el que sigue necesitando buscarlas,
para sobrevivir.

Escribiría…
Sería incluso capaz, de escribir un personaje eterno.
Sería capaz de escribirme a mí.


Es mejor que escriba mal.
Que ideas como esta no consiga expresarlas.

Mis ideas son muy simples.
Mejor que mi verbo siga siendo escaso.
Además…
¿Quién se atreve a dejarlo todo?
Por una idea.
Por una tontería.
Aunque sea de puño y letra.

domingo, 13 de febrero de 2011

Un secreto, cerca del cielo.

Hasta mis quince años, en verano, vivía en un 7º piso.
Al lado de la puerta de mi casa, había otra, un poco más pequeña, que daba a unas pocas escaleras. Al final de esas escaleras, una ventana, también pequeña, me dejo pasar muchas veces hasta el tejado.

Solo subía, y me sentaba en las tejas, miraba al cielo, al horizonte, llegué a jugar con ellos, a reconocerlos con los ojos cerrados.

A veces, contaba las tejas.

Este juego, (creo), me empujó a atreverme, a levantarme,
a moverme por mi tejado.

Conté, todas las tejas de mi tejado, lo recorrí de cabo a rabo,
siempre sin acercarme al borde, me daba demasiado miedo.

Aprendí, incluso a saber, cuanto tiempo podía estar en el tejado,
sin que se descubriese mi secreto.
Al principio mirando al cielo, después, gracias a aquel reloj tan feo,
con esfera solar, que me regalaron por mi comunión, y que duró tantos años.

Deje de subir, cuando me acostumbre, a mirar la luz de la cocina,
en el patio, desde el borde que antes me daba tanto miedo.
Supe que me había cansado de cielo, de horizonte, de tejas,
que no encontraría más juegos nuevos, en mi tejado.

A mis dieciseis años, dejamos de ir en verano,
a la que fue mi casa tanto tiempo.

A veces pienso, que hubiese sido de mí,
si hubiese vivido en ese 7º piso todo el año.

Tan cerca del cielo.